ES EL MAS PRESTIGIOSO GALARDON DE LA LITERATURA EN ESPAÑOL Y ESTA DOTADO CON 134.000 DOLARES
Juan Gelman ganó el Premio Cervantes
El poeta argentino conjuga un fino trabajo del lenguaje con un fuerte compromiso político. Antes lo habían recibido Borges, Sábato y Bioy Casares.
Por: Eduardo Pogoriles
Los cables periodísticos insisten en la sorpresa de Juan Gelman, allá en el barrio Condesa del Distrito Federal de México donde vive desde la década de 1980 junto a la psicoanalista Mara La Madrid.
"Me tocó a mí, no me lo esperaba, pensé que era muy difícil", dijo el autor de Violín y otras cuestiones. En verdad, Gelman es el poeta argentino de mayor proyección internacional. Un candidato firme desde que -luego de su retorno del exilio en 1983- logró reconocimientos aquí y afuera. Por caso, el Premio Nacional de Poesía en 1997 en la Argentina, el Juan Rulfo en 2000 en México, el Premio Reina Sofía en España en 2005. Faltaba el Premio Cervantes -dotado con 134.000 dólares- que da el Ministerio de Cultura de España junto a la Real Academia Española desde el año 1975.
Sólo tres argentinos lo ganaron antes: Jorge Luis Borges en 1979, Ernesto Sábato en 1984 y Adolfo Bioy Casares en 1990. Gelman lo recibirá el 23 de abril de 2008 -aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes- en Alcalá de Henares. "Lleva la poesía tatuada en los huesos, este es un premio con muchos merecimientos", dijo el ministro de Cultura español, César Antonio Molina. "A través de sus libros, Gelman nos enseñó a resistir desde la poesía y desde la vida para superar los tiempos difíciles de nuestro país", dijo la ministra de Cultura porteña, Silvia Fajre. "Ha sido un hombre entregado desde muy joven a la poesía, desde sus primeras obras no ocultó que milongueaba mucho con el ritmo de la palabra y con el juego del léxico.
La dimensión de compromiso social y político nunca lo llevó a abdicar del compromiso con la poesía", dijo Víctor García de la Concha, presidente de la RAE y del jurado. Otro de los jurados, el poeta español Antonio Gamoneda -ganador del Cervantes en 2006- destacó que Gelman "logró interiorizar su terrible historia personal y familiar, las integró a su pensamiento poético, a la consistencia rítmica y musical de su poesía". Los tres señalaron el amor de Gelman por los grandes poetas místicos españoles: Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. En la vida y en la obra de Gelman se entrecruzan opciones de la mística -desde la fe en la acción política a la fe en el poder de la palabra- que atravesaron a su generación.
Aquella que maduró en la década de 1960 y pasó de la euforia al espanto, el exilio y luego a alguna forma de sabiduría. Su vida se puede leer como una parábola, entonces, desde aquel barrio de Villa Crespo donde nació y se crió oyendo hablar en ruso a su padre inmigrante.
"La dimensión judía palpita en mi escritura, cómo negar que las velas de los viernes o las comidas de Pésaj me han dejado una impronta", recordaría después. De chico tenía un sueño recurrente: era el paje de una corte donde improvisaba versos maravillosos que se olvidaba al despertar. Pero él llegaría a escribirlos. Y a tomarse el pelo a sí mismo -"nunca escribí ese libro", se exasperó, harto de que le recordaran los textos de Gotán (1962)- cuando le repetían aquello de "esa mujer se parecía a la palabra nunca".
Típica en Gelman es su resistencia a las etiquetas: "Cuando un tono poético está consolidado hay que romper con él", acostumbra decir. Los desengaños amorosos y políticos están allí, en las sucesivas rupturas poéticas.
Es el caso, entre muchos, de Los poemas de Sydney West (1969), de Cólera Buey (1971), de los diálogos con Teresa de Avila en Citas y comentarios (1982). De su paso por el periodismo y de sus pasiones políticas -desde la Juventud Comunista a Montoneros, con quienes rompió en 1979- brotarían otras preocupaciones. "Conmigo está esa gran confusión, me consideran un poeta político, pero en ese campo en particular yo creo que la circunstancia exterior debe coincidir con la circunstancia del corazón", dijo en 2006.
Hoy, mientras abundan las ediciones y estudios eruditos de sus poemas, Gelman es una influencia mayor en los poetas jóvenes de Latinoamérica. Eduardo Millán y Jorge Boccanera han recordado el deslumbramiento de Raúl González Tuñón -en aquel lejano 1956, el año de Violín- cuando saludó en Gelman a una voz porteña, cosmopolita y a la vez "ágil, fresca, variada en tonos y matices", solidaria pero lejana del editorialista en verso y del "evadido de la realidad".La realidad, entonces, le habló a través de los goces y de las pérdidas.
Recordémoslo: Gelman perdió a su hijo Marcelo Ariel -secuestrado y asesinado en Buenos Aires en 1976- y también a la esposa de éste, María Claudia García, secuestrada aquí en 1976 y trasladada a Uruguay, donde desapareció luego de parir una hija en un hospital militar. Tras una larga búsqueda, Gelman localizó a su nieta, que recobró su identidad y a un abuelo poeta.
"¿De qué otro modo definir los momentos más felices de un poeta, cuando lo escribe la poesía y la pluma corre por su cuenta en el papel? Es el éxtasis, el salir de sí mismo, que abraza de manera igual a la experiencia mística, a la experiencia poética y a la del amor humano", dijo Gelman en 2004. Le habían dado el Premio Teresa de Avila en España y él volvió a decirlo: "No se entra en la poesía por voluntad propia, sino por voluntad de ella.
Es cuando ella nos habita y eso ocurre cuando ella quiere. Nadie puede sentarse a escribir poesía como, supongo, nadie puede sentarse a esperar a Dios".
Aquella que maduró en la década de 1960 y pasó de la euforia al espanto, el exilio y luego a alguna forma de sabiduría. Su vida se puede leer como una parábola, entonces, desde aquel barrio de Villa Crespo donde nació y se crió oyendo hablar en ruso a su padre inmigrante.
"La dimensión judía palpita en mi escritura, cómo negar que las velas de los viernes o las comidas de Pésaj me han dejado una impronta", recordaría después. De chico tenía un sueño recurrente: era el paje de una corte donde improvisaba versos maravillosos que se olvidaba al despertar. Pero él llegaría a escribirlos. Y a tomarse el pelo a sí mismo -"nunca escribí ese libro", se exasperó, harto de que le recordaran los textos de Gotán (1962)- cuando le repetían aquello de "esa mujer se parecía a la palabra nunca".
Típica en Gelman es su resistencia a las etiquetas: "Cuando un tono poético está consolidado hay que romper con él", acostumbra decir. Los desengaños amorosos y políticos están allí, en las sucesivas rupturas poéticas.
Es el caso, entre muchos, de Los poemas de Sydney West (1969), de Cólera Buey (1971), de los diálogos con Teresa de Avila en Citas y comentarios (1982). De su paso por el periodismo y de sus pasiones políticas -desde la Juventud Comunista a Montoneros, con quienes rompió en 1979- brotarían otras preocupaciones. "Conmigo está esa gran confusión, me consideran un poeta político, pero en ese campo en particular yo creo que la circunstancia exterior debe coincidir con la circunstancia del corazón", dijo en 2006.
Hoy, mientras abundan las ediciones y estudios eruditos de sus poemas, Gelman es una influencia mayor en los poetas jóvenes de Latinoamérica. Eduardo Millán y Jorge Boccanera han recordado el deslumbramiento de Raúl González Tuñón -en aquel lejano 1956, el año de Violín- cuando saludó en Gelman a una voz porteña, cosmopolita y a la vez "ágil, fresca, variada en tonos y matices", solidaria pero lejana del editorialista en verso y del "evadido de la realidad".La realidad, entonces, le habló a través de los goces y de las pérdidas.
Recordémoslo: Gelman perdió a su hijo Marcelo Ariel -secuestrado y asesinado en Buenos Aires en 1976- y también a la esposa de éste, María Claudia García, secuestrada aquí en 1976 y trasladada a Uruguay, donde desapareció luego de parir una hija en un hospital militar. Tras una larga búsqueda, Gelman localizó a su nieta, que recobró su identidad y a un abuelo poeta.
"¿De qué otro modo definir los momentos más felices de un poeta, cuando lo escribe la poesía y la pluma corre por su cuenta en el papel? Es el éxtasis, el salir de sí mismo, que abraza de manera igual a la experiencia mística, a la experiencia poética y a la del amor humano", dijo Gelman en 2004. Le habían dado el Premio Teresa de Avila en España y él volvió a decirlo: "No se entra en la poesía por voluntad propia, sino por voluntad de ella.
Es cuando ella nos habita y eso ocurre cuando ella quiere. Nadie puede sentarse a escribir poesía como, supongo, nadie puede sentarse a esperar a Dios".
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